lunes, 19 de junio de 2006
domingo, 18 de junio de 2006
Arquetipos
Será por un asunto de genética, por necesidad personal o simplemente por pasatiempo jodoncito, pero tengo delirios de psicoanalista y para colmo después de encontrarme con Jung le empecé a encontrar gusto a las mancias y a ver arquetipos regados y volando por ahí. Me cayó el veinte cuando alguna vez le dije a un amigo que al pasar a la estancia tuviera cuidado de no pisar los arquetipos. Iba con su nueva novia y la pobre puso cara de "¿qué clase de gente es esta?"
Lo bueno es que con quien siempre comienzo la consulta es conmigo, asi que soy mi propio Sharifillo de indias y vaya que resulto ser todo un caso.
Hay ocasiones en las cuales me he hablado demasiado fuerte y como que no me dan ganas de regresar al diván en días, pero masoquista regreso a ponerme al corriente.
"Conócete a ti mismo" decía en el umbral del Oráculo de Delfos, y como buen aficionado al pasado me da por seguir viejas y añejas premisas que ya a nadie interesan. Es un asunto de llevarle la contraria al devenir creo.
Los peores "demonios" con los cuales uno se topa habitan en las profundidades de nuestro subconsciente y basta quedarse un tiempo con uno mismo para darse cuenta. Yo decía que hay Iglesias que parecen estar obsesionadas con el demonio y lo mencionan más que a Dios. Pero ahora sospecho que el tal "demonio" no es más que un chivo expiatorio para ellos, que sirve para no verse a sí mismos. Lo que le han de ahorrar de trabajo, si deveras existe!
Hacía calor el otro día y gracias además, al excelente café con cardamomo que hace un amigo jordano andaba como duende la otra noche, simplemente no me podía dormir. Subí a la azotea y comencé a caminar como seminarista enjaulado de un lado para otro...
La Osa Mayor parecía salirse del cielo para tirarse de cabeza al Mediterráneo y con un gauloise en la boca empecé a hablar conmigo mismo. Generalmente hago eso en el coche, -como todo el mundo- pero como no lo tengo aquí, la azotea en la madrugada sirve para lo mismo. También sirve para tomar cerveza, conspirar en contra del sistema -el que sea- y otras cosas más.
Entre las cosas que salieron en la borra de mi mente apareció Magali la hermana mayor de uno de mis amigos cuando tenia unos diez años. Tenía pecas y ojos verdes. Jugábamos los muchachos de la cuadra a los listones y para quien no sepa, el asunto es salir corriendo cuando alguien menciona tu color, tratando de evadir a alguien, hasta volver a sitio seguro (el cajón supongo) Así que un día ella dijo mi color y salí huyendo, aunque francamente no creo que haya sido con muchas gnas, además de que ella era más grande y corría rápido... Claro que me pescó y tuvo a bien castigarme con un buen beso, que hasta el día de hoy me pone la piel chinita.
!Y luego me pregunto el porqué de mis fijaciones!
Lo bueno es que con quien siempre comienzo la consulta es conmigo, asi que soy mi propio Sharifillo de indias y vaya que resulto ser todo un caso.
Hay ocasiones en las cuales me he hablado demasiado fuerte y como que no me dan ganas de regresar al diván en días, pero masoquista regreso a ponerme al corriente.
"Conócete a ti mismo" decía en el umbral del Oráculo de Delfos, y como buen aficionado al pasado me da por seguir viejas y añejas premisas que ya a nadie interesan. Es un asunto de llevarle la contraria al devenir creo.
Los peores "demonios" con los cuales uno se topa habitan en las profundidades de nuestro subconsciente y basta quedarse un tiempo con uno mismo para darse cuenta. Yo decía que hay Iglesias que parecen estar obsesionadas con el demonio y lo mencionan más que a Dios. Pero ahora sospecho que el tal "demonio" no es más que un chivo expiatorio para ellos, que sirve para no verse a sí mismos. Lo que le han de ahorrar de trabajo, si deveras existe!
Hacía calor el otro día y gracias además, al excelente café con cardamomo que hace un amigo jordano andaba como duende la otra noche, simplemente no me podía dormir. Subí a la azotea y comencé a caminar como seminarista enjaulado de un lado para otro...
La Osa Mayor parecía salirse del cielo para tirarse de cabeza al Mediterráneo y con un gauloise en la boca empecé a hablar conmigo mismo. Generalmente hago eso en el coche, -como todo el mundo- pero como no lo tengo aquí, la azotea en la madrugada sirve para lo mismo. También sirve para tomar cerveza, conspirar en contra del sistema -el que sea- y otras cosas más.
Entre las cosas que salieron en la borra de mi mente apareció Magali la hermana mayor de uno de mis amigos cuando tenia unos diez años. Tenía pecas y ojos verdes. Jugábamos los muchachos de la cuadra a los listones y para quien no sepa, el asunto es salir corriendo cuando alguien menciona tu color, tratando de evadir a alguien, hasta volver a sitio seguro (el cajón supongo) Así que un día ella dijo mi color y salí huyendo, aunque francamente no creo que haya sido con muchas gnas, además de que ella era más grande y corría rápido... Claro que me pescó y tuvo a bien castigarme con un buen beso, que hasta el día de hoy me pone la piel chinita.
!Y luego me pregunto el porqué de mis fijaciones!
sábado, 3 de junio de 2006
Atrapasueños
Muy temprano por la mañana, inquieta, acalorada, Andrea se levantó con la mente fija en el vestidito azul que no se ponía desde hacía tiempo. Y no es que tuviera mucha ropa, -no se puede recorrer mundo cargando vestidos- sino que simplemente se había puesto tantas veces aquel azul cuando lo compró que un buen día se quedó ahí guardado en la maleta-siempre-hecha, esperando a recuperar ese brillo de buen hallazgo con el cual cuentan solo pocas cosas.
Matías,-al que le dicen el pibe, (no sé porqué), no el otro Matías-, estaba profundamente dormido como era de esperarse, porque no se podía levantar nunca antes de ya bien salido el sol.
La noche había sido más cálida que de costumbre y acaso por eso no había podido dormir bien. Por reflejo volteó a ver el atrapa-sueños colgado sobre la cama y sonrió pensando en que se estaba volviendo supersticiosa, sobretodo desde que ella misma los hacía para venderlos en la playa.
Antes de ponerse el vestido, notó el olor de su propio cuerpo, un poco salado como la arena, como el sexo. Se dijo que nunca antes había olido tan bien y se sentó, una vez fuera de la recámara, frente a los primeros rayos del día a dar forma a un nuevo cazador de sueños, acaso para substituir al que ya no estaba funcionando muy bien.
Entrelazó los cordones, le puso a manera de cuentas semillas de varias formas, y notó que mientras lo hacía, un calor crecía entre sus piernas. Sin poner mucha atención fue imitando la leyenda, y como la araña primordial, de cuando el mundo era joven, colgó a la red una pluma de halcón, y entonces ocurrió un palpitar húmedo e impertinente que la hizo reír, un poco de nervios, un poco de gusto. Casi terminada la obra, ya no sabía si apretar más las piernas o separarlas lo suficiente para evitar cualquier roce. Intentó lo último y le pareció sumamente obsceno, tanto así, que la sonrisa maliciosa no se le quitó por el resto del día.
Cuando hubo terminado, anunció a los dos Matías, el de su cama y el otro, que más valdría partir pronto si querían pescar turistas con ánimos de comprar.
Aquel muchacho en la playa, le empezó a hacer preguntas. ¿De dónde eres?, ¿cómo te llamas?, ¿tu haces lo que vendes? Inquisitivo aunque amable, con la vista en el atrapasueños de las semillas. Andrea sin saber porqué contestó todo de muy buen humor. Además él tenía la misma sonrisa que ella conocía bien y cuando le habló de algún asunto de sonámbulos, ella supo perfectamente qué hacer:
Narrando el mito de la araña tomó el filtro mágico y lo puso en manos de su escucha. Un poco nerviosa, conforme avanzaba en el breve relato, la misma impertinencia matinal florecía en un hormigueo por debajo del mínimo algodón azul y le iba subiendo a las caderas, en tanto que los colores a la cara.
Al borde del gemido se apresuró a pedirle por el artilugio la mitad de lo que hubiera pedido, y le dijo categóricamente que debía regalárselo a una muchacha allá en la capital donde él vivía, envuelto en una tela del color del mar. Agregó roja pero con mirada de gitana que por ningún motivo debía de quedarse con él.
Matías,-al que le dicen el pibe, (no sé porqué), no el otro Matías-, estaba profundamente dormido como era de esperarse, porque no se podía levantar nunca antes de ya bien salido el sol.
La noche había sido más cálida que de costumbre y acaso por eso no había podido dormir bien. Por reflejo volteó a ver el atrapa-sueños colgado sobre la cama y sonrió pensando en que se estaba volviendo supersticiosa, sobretodo desde que ella misma los hacía para venderlos en la playa.
Antes de ponerse el vestido, notó el olor de su propio cuerpo, un poco salado como la arena, como el sexo. Se dijo que nunca antes había olido tan bien y se sentó, una vez fuera de la recámara, frente a los primeros rayos del día a dar forma a un nuevo cazador de sueños, acaso para substituir al que ya no estaba funcionando muy bien.
Entrelazó los cordones, le puso a manera de cuentas semillas de varias formas, y notó que mientras lo hacía, un calor crecía entre sus piernas. Sin poner mucha atención fue imitando la leyenda, y como la araña primordial, de cuando el mundo era joven, colgó a la red una pluma de halcón, y entonces ocurrió un palpitar húmedo e impertinente que la hizo reír, un poco de nervios, un poco de gusto. Casi terminada la obra, ya no sabía si apretar más las piernas o separarlas lo suficiente para evitar cualquier roce. Intentó lo último y le pareció sumamente obsceno, tanto así, que la sonrisa maliciosa no se le quitó por el resto del día.
Cuando hubo terminado, anunció a los dos Matías, el de su cama y el otro, que más valdría partir pronto si querían pescar turistas con ánimos de comprar.
Aquel muchacho en la playa, le empezó a hacer preguntas. ¿De dónde eres?, ¿cómo te llamas?, ¿tu haces lo que vendes? Inquisitivo aunque amable, con la vista en el atrapasueños de las semillas. Andrea sin saber porqué contestó todo de muy buen humor. Además él tenía la misma sonrisa que ella conocía bien y cuando le habló de algún asunto de sonámbulos, ella supo perfectamente qué hacer:
Narrando el mito de la araña tomó el filtro mágico y lo puso en manos de su escucha. Un poco nerviosa, conforme avanzaba en el breve relato, la misma impertinencia matinal florecía en un hormigueo por debajo del mínimo algodón azul y le iba subiendo a las caderas, en tanto que los colores a la cara.
Al borde del gemido se apresuró a pedirle por el artilugio la mitad de lo que hubiera pedido, y le dijo categóricamente que debía regalárselo a una muchacha allá en la capital donde él vivía, envuelto en una tela del color del mar. Agregó roja pero con mirada de gitana que por ningún motivo debía de quedarse con él.
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