jueves, 5 de septiembre de 2013

250. Gabriel García Márquez y los calores pegajosos

Cada vez que leo a Gabriel García Márquez tengo una sensación de estar en algún lugar con calores sofocantes y pegajosos. Y no es para menos, pues suelen estar ambientadas en entornos centroamericanos (hablo de aquellas que he leído). 
No creo que haya hecho particularmente calor en la Ciudad de México cuando leí Cien años de soledad y no pudo haber sido verano pues recuerdo bien que fue una asignatura escolar: Hice un esquema con las generaciones de Aurelianos, Arcadios y Amarantas, concluí que el Gabo había dejado unos cuantos en el olvido literario, y que al resto los había matado apresuradamente con una cierta prisa de terminar esa historia interminable. Se me quedó en la mente la lluvia monzónica y casi mitológica de Macondo en donde podía llover por meses enteros, los cadáveres inflados por el calor y la cola que apareció en los productos del incesto. Recuerdo también haberla visto en una peluquería en las calles de Saidnaya, Siria, eso sí durante un verano de calor espantoso. Olvidé en qué idioma estaba traducida.

De Crónica de una muerte anunciada se me quedó en la memoria el traje de lino blanco de Santiago Nasarm hijo de inmigrantes libaneses como hay tantos en América Latina. Por cierto, cuando leí Memoria de mis putas tristes estaba en el Líbano, pero la recibí de regalo de navidad, "embarcada" desde el otro lado del mundo y no me duró ni dos días, por lo que en lugar de los calores sofocantes de la costa libanesa en el verano, que bien pueden ser como los de la América de sus novelas, la debí leer junto al calentador de mi habitación y con una luvia helada fuera.
Hace algunos días terminé El amor en los tiempos del cólera, y volvió a aparecer el bochorno tropical, insalubre y al mismo tiempo colorido y concupiscente. El río* es una presencia que transmite su movimiento a la historia, no solo a través de sus barcos de vapor que van consumiento en sus calderas la selva, sino a través del tiempo de vida de la ciudad y los personajes, quienes se consumen en sus amores y desamores. París es la referencia en las antípodas, pues de ahi regresa Juvenal Urbino con la ciencia para combatir el cólera, y también con la personalidad y la fortuna para casarse con Fermina Daza y asi tomar sin saberlo a la mujer que sería el único "verdadero" amor de Florentino Ariza. Hay dos reflexiones sobre París que Juvenal Urbino me dejó en la memoria: La gente de lo pálida se vuelve verde en París, casa muy cierta excepto en verano, y la otra es que la nostalgia de la tierra natal le hace no apreciar lo suficiente su estadía luteciana en sus tiempos de estudiante, la cruda realidad, antes siquiera de bajar del barco de regreso lo hace ver su ingenuidad.
Me vino bien entonces leer esa última novela en Paris, con un calor digno de otras latitudes, con un sombrero Panamá y algo menos de ingenuidad.


* El río Magdalena en Colombia, se entiende aunque nunca se mencione explícitamente en la novela.