miércoles, 30 de septiembre de 2009

263. Poesía inesperada.

-Para Paty.

En cierta forma me alegra saber poco de poesía. De hecho estoy convencido de cuando aseguro, en tono de broma -"bromeando en serio", decimos en México-, que en esta época ya nadie lee poesía. Por supuesto que siempre lo digo a alguien que precisamente lee e incluso escribe poesía. Es como cuando digo que ya nadie escribe y manda cartas, y lo digo justo porque yo disfruto haciéndolo.
Decía que no sé casi nada de poesía sin ningún tono de falsa modestia. No entiendo de métrica, ni rima, ni corrientes que estuvieron o están de moda. Simplemente en ocasiones hay un poema que me 'toca', que hace detenerme porque me ha estremecido como al neófito que oye por primera vez a Bach. Y eso es lo que me ocurrió hace mucho tiempo con un libro de poemas de Rubén Bonifaz Nuño que llegó casi por accidente a mis manos.
Hace unos días, sentado frente al canal del Rey Sol en Versalles, recibí en forma de maravilloso regalo, un libro que quise ya desde antes de leerlo: Los demonios y los días, en la edición conmemorativa de los cincuenta años de su publicación. Está autografiado, para mí, por el autor.
La letra es pequeña, encimada y casi ilegible, pues el Maestro tuvo el destino de Homero y de Borges: se ha quedado ciego. Y si no fuera porque detesto los minaretes que construyen frente a las iglesias, diría también que está ciego como el muecín que llama...
Pocos saben que el filólogo clásico más reconocido en mi país (y en muchos otros) es también poeta. Y eso sucede porque siempre ha escrito con la libertad de quien no tiene una corriente literaria a la cual adherirse. Esa es su tragedia y su originalidad, además del clavel que siempre porta en la solapa.
Pocos saben que es poeta y muchísimos menos saben que a mi me gusta. Pero esa es la alegría de saber poco.

28.

Con un germen casi de alegría
he podido ver las cosas. La sangre
se levanta, sale como un perro
del rincón oscuro en que dormitaba.
Y me intranquiliza ver que estoy solo.

No me queda nada; sólo los nombres
viejos, nuevos nombres amados
que se mezclan suavemente; confundo
el sabor de todos sombre mi lengua.

Es como el principio de mayo
cuando nos trabaja el timepo, y el aire
y los besos saben a sal y a leche;
o como en las playas, cuando arriban
el viento y la espuma, traspasados
de un gusto de ropas de mujer satisfecha.

Hay cosas que sé sin conocerlas;
presencias que siento mías
aunque hayan quedado lejos por siempre.

Puedo hablar y puedo decirlo: algunas
veces las ventanas tienden las hojas
y vuelan: son pájaros. Y acontece
que baja de todas partes el cielo
rumbo al corazón, con la dulzura
de una enfermedad sin importancia.

-Rubén Bonifaz Nuño, Los demonios y los días.