viernes, 1 de septiembre de 2006

Café I قهوة

Un día, o quizá una noche, extravié las palabras. No sé si fue en aquel viaje y si se fueron por accidente en la última carta que escribí, -de la cual, por cierto, nunca supe nada-. Quizá simplemente se quedaron sobre la mesa, cerca del asiento del café.
Posiblemente no debí jugar a meterme en los laberintos de la caligrafía sin tener un mapa, una guía de viajero metafísico.
Tal vez es el pago doloroso por dejar en el cajón del olvido todas esas cartas que nunca llegaron a su destino. ¿Cuánto cuesta una palabra desperdiciada?
Busqué belleza en el silencio y la encontré, pero también comprendo que como en música, eso solo funciona en la armonía del sonido.
Los frascos de tinta son recipientes de murmullos.

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