"I was approaching my thirty-third year, the age of Christ crucified. A wholly new life lay before me, had I the courage to risk all"
Cuando Henry Miller decidió mudarse a París, habló sobre la muerte de su anterior existencia y de su resurrección como escritor.
París es uno de los ombligos del mundo. Un omphalos en el imaginario cultural del mundo. En la imaginería hollywoodense hay un montón de gente que sueña con ir y va a París. La literatura latinoamericana también está llena de eso.
Cada quién vive el cliché como mejor le acomoda. Yo llegué aquí siguiendo mi propia imaginería, mis propios fantasmas, mis propios arquetipos.
Es una urbe gris, fría, húmeda y los parisinos siguen siendo pretenciosos y refractarios. La Sorbona es un edificio viejo, aún más frío, al que le rechinan los escalones de madera y los de piedra están gastados por los años. Los espacios verdes no existen y la vida estudiantil es nula, vamos que ni siquiera hay una cafetería.
Y con todo me las arreglo para llegar cada vez a esta ciudad con mis propios aires de resurrección. No sé muy bien dónde termine mi existencia anterior, pero hago un esfuerzo por nunca perderla del todo. La felicidad, me digo, está al otro lado, pero hay que tener un puente para cruzar.
También me he convencido que es una ciudad para compartirla. Llegué a esa conclusión un día que no estaba en ella.
Alguien me dijo que soy un hombre de tradiciones, yo contesté que era un hombre que seguía sus propios rituales.
La primera vez que llegué a la ciudad, lo primero que hice fue visitar la catedral, para ser más exacto, además del aeropuerto y el metro, lo primero que vi fue Notre Dame. Ahora cada vez que vuelvo, voy allá en un signo de humildad.
Cruzando el río, a un lado de la iglesia está la librería inglesa: Shakespeare & Co. Es uno de esos lugares para turistas y también para locales. Compré un libro de Henry Miller.
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