"Tengo veintiocho años y no conozco Europa" es una de las frases más conocidas de Carlos Monsiváis (CM[A*]), o por lo menos es la primera que viene a mi mente cuando oigo su nombre. Aquello lo escribió en su autobiografía precoz de 1966, cuando apenas había publicado un libro y era un desconocido. Desde que estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, -por donde él también pasó y si bien tengo entendido, nunca terminó la carrera- me prometí nunca tener que escribir eso, y lo incluí en la lista de buenas razones para un buen día tomar una maleta y largarme a conocer el mundo, lo cual, queda por demás decirlo, hice hace mucho tiempo.
No tengo idea de qué tan local o global pueda ser su figura y su obra. Vamos, que no sé si cuando hablo de él, mis amables lectores de otras latitudes fuera de México sepan de lo que hablo, quizá es mi impresión pero Monsiváis, fuera de ciertos círculos, es un pensador conocido -y también desconocido- localmente.
Creo que en la Ciudad de México todo el mundo ha oído de Monsiváis, aunque nunca haya leído nada de él, o eso piensen, pues cualquiera que haya tenido entre sus manos un ejemplar del periódico La Jornada, seguramente habrá pasado por esa minúscula sección diaria en la primera página intitulada "Rayuela" y que con una frase hacía de termómetro -generalmente irónico- de la situación en nuestro país. Rayuela es parte de la leyenda urbana, porque era Monsiváis quien la escribía, aunque no estuviera su nombre ahí. "Por mi madre bohemios", la columna de la revista Proceso, era también un medio fácil para acceder su pensamiento, sin tener que comprar y leer uno de sus libros.
Siguiendo con el asunto del mito urbano del conocido y desconocido pensador, hace muchos años se empezó a poner de moda en la Ciudad de México ir a clubes -"antros", pues, en lenguaje local- en donde los gustos y las tendencias sexuales eran all inclusive, es decir, que la comunidad gay convivía perfectamente con el resto de nosotros, o al menos con los que no traemos el dedo flamígero desenvainado. "Cada quien su veneno" digamos, era el asunto en esos clubes, y el ambiente era el mejor del urbe. Más de una vez escuché, "mira ahí anda Monsiváis", o "aquí viene a veces Monsiváis". Pura leyenda urbana, "Monsi" estaba presente por aquí y por allá aunque yo no recuerdo haberlo visto nunca en esos lugares.
A que definitivamente si vi por ahí (en los clubes) es al flautista Horacio Franco, es decir, no que me lo haya encontrado, sino que es amigo de mis primos, los del lado musical de la familia, y llegamos a coincidir, no solo en conciertos de música clásica, sino también en diversiones más mundanas. Lo traigo a cuento porque leyendo las reseñas de los homenajes a CM, me dio alegría saber que en una de las guardias de honor al lado del féretro Horacio Franco tuvo a bien tocar una pieza en su espontánea y siempre antigua flauta dulce.
José Emilio Pacheco llegó a decir que CM era el único escritor que la gente reconocía en la calle en México. Probablemente tenía razón, o será también que como arriba expliqué la gente se imaginaba que lo veía. Lo curioso es que tenía una fisonomía inconfundible, incluida su voz y además siempre usaba esos grandes lentes que se convirtieron en parte del cliché.
En fin, que siento la pérdida de éste señor irónico, irreverente, crítico, casi contracultural, y surrealista como la Ciudad de México. Con lo de Saramago y ahora con lo de Monsiváis a mi ya me da un poco de miedo abrir el diario electrónico, no vaya a ser que esto sea una epidemia, como la gripe aviar, o la "porcina", pero que sólo mata a personas que piensan, escriben y no van con la corriente.
*Aceves era su apellido materno.
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